Me encantan las telas, con sus colores, texturas, y la posibilidad infinita de recrearme y dar rienda suelta a mi imaginación.
Tenía, como es habitual en mi casa, esta tela guardada, blanca, bordada en negro, blanco y visón, con cuerpo, sólo para hacer un vestido recto, algo entallado, cómodo.
Y estos días me he decidido a hacerlo para estrenarlo en los primeros días de otoño, cuando los días se acorten y se oscurenzan. Será mi pizca de rebeldía a la luz estival que no quiero que me abandone.
Y como es mi costumbre, qué iba a hacer de manualidad con lo poquito que me había sobrado?
Pues ya lo veis, estos días también estaba viendo que el que uso habitualmente que me hice con una muestra de ganchillo blanco del tiempo de mi abuela, está el pobrecito para retirarlo, por lo que me he decidido a renovar mi bolsería y cambiar un blanco por otro blanco.
Y este ha sido el resultado.
Sólo me falta que la mercera abra mañana, de nuevo, a la vuelta de sus vacaciones, para decidir qué asas quiero ponerle. Ya os lo contaré. De momento, de mi armario mercero he reciclado la cremallera, los enganches de alguna lencería de color gris, un cordón, un adorno y un lazo. Ese retal de lazo gris que me ha sobrado con esa puntilla negra, si hubiera tenído la longitud para hacer la tira, ya lo habría terminado e incorporado a mi colección de bolsos.
Y va por tí, mi compi de sendero, que dices que no te gusta ningún bolso. A veces, de los bolsos que estoy bien cómoda con ellos, me acerco a mi bolera artesana y me cose una copia exacta o me vende alguno de los que tiene que me cubren mis necesidades. El bolso creo que es tan personal que no todos nos sirven a todas.