Fue el primer costurero de mi madre. Una caja de madera decorada con trama y urdimbre de varillas de madera y cintas tejidas de paja. La verdad que era una pequeña joya de uso doméstico. Lástima que no le hice fotografía para que quedará en la historia familiar.
Lo recuerdo de niña. El otro día lo sacó mi madre de un armario a propósito de la conversación que manteníamos sobre COSTUREROS. Recordaba ella que cuando el costurero iba envejeciendo y aquellas cintas tejidas de paja se iban desintegrando, un buen día le regalamos un costurero nuevo para suplir al viejo que nunca tiró. Tendrá la friolera de, como poco, 63 años. Los años que hubiera hecho de casada.
Y me dijo: tu hermana tiene un costurero (no me acuerdo que palabra usó de calificativo) y si pudieras darle una segunda vida a esta caja, se la podríamos regalar para su cumpleaños, o para su santo, ahora que llegan los días de abrir regalos.
Y así que me lo llevé. Nos costó terminar de quitar las cintas ¡menuda reliquia que se iba desintegrando!, pero dejé las varillas a modo de trama que las mantenían. Quité chinchetas y clavos que sujetaban la decoración de la caja y donde estuvieron los trozos de cuero a modo de bisagras y cierre. Quitamos también el forro de tela del interior, la tela estaba más que vieja, y más clavitos a quitar y que la aguantaban en su sitio. Me ayudó su nieto que buscó las herramientas necesarias.
Y un día festivo me puse manos a la obra.
Encontrar la tela en el baúl que ya sabía que iba a poner, pero necesitaba tela para combinar y adaptar el estampado al tamaño de la caja.
El estampado de monstruos subidos en un tren de vagones, la compré hace ocho años pensando en su maternidad, pero nunca llegué a confeccionar nada por aquel entonces.
La tela azul, de una camisa de mi hijo, de buena calidad que muy pocas veces se puso, de su época adolescente. Estaba nueva, era perfecta para darle una segunda vida.
Los trozos de cuero, de un bolso que pasó a mejor vida. Y mientras escribo, me acuerdo que le falta el cierre (ya he refrescado memoria). Mañana mismo corto los trozos de cuero y me los llevo al zapatero para que coloque el cierre. Tal vez, se vean demasiado blancos, pero es que recuerdo que el cuero original era de un marrón que contrastaba mucho con los tonos blanco, beis, calabaza del tejido de las cintas.
Todavía se aprecia el borde de madera que mantiene la trama original, ahora tapada con el acolchado de monstruitos. He usado para el interior una tela de algodón con cuerpo, en color claro, y he dispuesto los mismos bolsillitos laterales que tenía.
En la tapadera también he respetado el acerico que llevaba el original y aunque no he mantenido otras presillas que tenía para dedal y otras herramientas, sí he puesto unas cintas a modo de argollas que posiblemente encuentre ella utilidad.
Y para terminar, quedaba fijar las cintas de los laterales para que la tapadera se mantuviera vertical y tuviera bien dispuesto el acerico, indispensable en todo costurero. También fiel copia de las que tenía.
Y por último, no hay costurero sin tijeras y también le he confeccionado una funda donde puede guardar hasta tres tijeras de diferentes tamaños. La podéis observar en el fondo de la caja.
Ya se encargará mi hermana de llenarla, en cuanto se la regalemos. Sólo queda estrenarlo y desearle al costurero larga vida en su nueva casa.
Dejo para mi hermana y sus niñas, la terminación y embellecimiento del trabajo realizado que consistiría en camuflar esas grapas con un tapajuntas o tapacosturas.
Quince días después, estrenado, rellenado y guardado en el lugar asignado, me lo ha devuelto mi hermana para ponerle asas laterales y cierre (por si se le cae de la altura, salten poco las cosas) y además velcro en el alfiletero para tenerlo visible y a mano.
Que lo disfrute, al menos, otros 65 años.
Y esta vez, al desmontarlo para coser asas y cierre, he podido hacerle foto del resto de lo que fue.