Compré la mochila, en el bazar del supermercado, me gustó mucho más que la tenían en el comercio especializado. Me cabían las botellas en los bolsillos laterales, cosa que en la otra no.
Además, pesaba mucho menos, dato importante a la hora de colocártela en la espalda y salir al monte.
Y el color de la mochila también me sedujo. Una manera de distinguir mi mochila cuando las apilamos todas juntas los senderistas.
Ya sabemos lo que pasa con la confección, a veces un pespunte largo en el borde de la tela, donde luego habrá tensión, acaba desgarrando la tela.
Descosí el pespunte y reforcé con otro trozo de tela la zona que estaba desgarrada.
¡VIVA EL RECLICAJE!
Elegí un trozo de un paraguas roto, de esos que te dan de propaganda y tienen corta vida, pero la tela era de un amarillo fosforito que bien podría valer para hacer alguna cosa semiimpermeable.
Me encanta trastear y reencontrar cosas que he guardado para luego reutilizar o darle un nuevo uso.
Generar basura, sólo la imprescindible, es una forma de ECOLOGÍA viva.
Y aquí tienes el proceso:
y ahí la tienes descosida hasta donde me permitía coserle el remiendo y que me fuera fácil a la hora de colocarla en la máquina de coser.
Con tres pespuntes y un zig zag, creo será suficiente.
No me molesto ni en hilvanar. Con los alfileres es suficiente. Directa a la máquina de coser.
Ten cuidado de no pisar ningún alfiler con la aguja, que acaban rompiéndose y además de que son caras, caras a la hora de encontrarlas. No siempre las tengo en la mercería cercana, ni siempre tengo el comercio abierto cuando la necesito.
El resultado final.
Aunque luego decidí reforzar más desde el exterior y ganar en seguridad cuando hay poca luz al comienzo, final de la ruta o entramos en túneles o cuevas.
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